Ayer me disponía a dejar atrás una parte importante de mi historia. Quizás, el capítulo más importante que he vivido durante estos 26 años. Muchos me miraban y se preguntaban la razón por la cual de mi rostro rodaban lágrimas. Puede que les pareciera que se trataba de algún acto de “protagonismo” o “cursilería”. Pero en realidad se trataba de lo importante y difícil que ha sido poner punto final a esta línea que me ha llevado a tener las batallas más difíciles de mi vida.
No luche contra adicciones, no luche
contra males y pesares, no luche contra fenómenos atmosféricos. Luche contra
mí. Contra mis principios, mis deseos, mis fortalezas y debilidades. Luche
contra el amor, contra la fe y contra la esperanza. Luche contra mi ser. Luche
contra el significado de creer en mí.
Ayer, mi piel tenía un aspecto
diferente. Entre lo seco y lo brillante. A la espera de morir o seguir
viviendo. El reloj seguía corriendo, los minutos marcaban segundos de angustias
para mí. Intentaba sonreír pero apenas podía escuchar con claridad. Todos al
pasar de las horas se iban marchando, sonrisas en sus rostros, triunfos
obtenidos. Mi ansiedad crecía. La confianza se derrumbaba. Cada vez las
lágrimas eran más espesas. Mi mundo giraba con velocidad. Ya no sentía
esperanza de poder continuar en pie. Marcaba las horas aquél reloj interior.
Cuatro se convirtió en dos. Entonces con pasos temblorosos comencé a caminar.
Iba recordando cada día que las horas parecían eternas. Cada lucha que se
desataba en mi interior. Cada angustia y cada desacuerdo provocado por no tener
nada, teniendo tanto que dar.
Al llegar a la puerta dude un segundo en
entrar. Sentía como si mis manos estuvieran atadas a bloques y por su peso no
se me permitiera tocar la perilla. Mi mente decía corre, mi corazón latía a
prisa y mis piernas no reaccionaban. Estaba a solo segundos de conocer si había
valido la pena luchar. No tuve más remedio, al entrar tuve que tomar asiento
pues sentía que mis piernas no soportarían el peso de tanto sufrimiento, de
tanta confusión, de tantas decepciones y de tanta poca fe que tenía en mí.
Tenía mi piel rasgada con tantas
cicatrices. Ardía todo mi interior. Las lágrimas que rodaban por mis mejillas
se convertían en acido quemando mi presente. Manchando un rostro que no se
atrevería mostrarse en un futuro muerto o lleno de una vida seca, desamparada.
El solo escuchar aquella voz vieja,
arrugada con tantas experiencias, el solo escuchar aquella palabra que de su boca
experimentada salió, mi vista se fue nublando. Aparecían imágenes confusas. No
lograba materializar aquel sentimiento que de mi interior se iba desprendiendo.
Al cerrar mis ojos sentía como todo aquel peso que iba cargando durante años se
iba añejando.
Entonces comprendí que todo siempre
había conspirado a mi favor. Necesitaba nuevos lentes para poder apreciar el
amanecer de todos mis días. Había sido guerrera y la vida me estaba devolviendo
lo que por determinación yo me había privado.
Comprendí que creer en mí, va más allá
de obtener lo que deseo. Creer en mí es saber que puedo dar mi mayor esfuerzo
en todo lo que hago. Creer en mí es trabajar con mis debilidades y estar
consiente de mis fortalezas. Creer en mí es ser yo aunque el mundo no lo
quiera. Creer en mí es trazarme metas y no perder mi norte aunque la brújula ya
no funcione.
Creer en mí es saber que siempre hay
personas que creen que puedo lograr lo que me propongo. Creer en mí es saber
que expertos en materias identifican que puedo dar luz aunque yo no vea el interruptor.
Creer en mí significa que de hoy en
adelante declaro creer firmemente que puedo lograr lo que me propongo, aunque para
llegar a la meta me encuentre con un camino seco, lleno de espinas y rocas que
pelen mis manos por intentar despejarlo y mis rodillas ya no tengan piel por tanto
tropezar y caer.
Ayer me disponía a dejar atrás una parte
importante de mi historia. Me encontraba luchando con el dilema de arrancar o
no el capítulo más importante de mi vida. Pero descubrí que el clímax siempre
da lugar a sobrepasar las expectativas. - Yesenia
FG 2014
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